Descripción de la obra

Un dios salvaje

CUADRO ARTISTICO:

VERONICA: Carmen Sandoval / Nati Fernández

ANA: Geni García

MIGUEL: Javier García Bedriñana

ALAN: José Luis Campa        

CUADRO TECNICO:

Diseño de Iluminación: Pilar Velasco

Iluminación y sonido en gira:  Alberto Ortiz y Mª José Miyar

Escenografía y Vestuario : Teatro Contraste

Fotografía: Pepe Heredia

Diseño de Publicidad: David García Torrado

Videomontaje: Producciones Fernando Cruz

DIRECCIÓN: CRISTINA SUÁREZ 

Dos niños de unos once años se enfrentan con violencia en un parque. Labios hinchados y algún diente roto…. Los padres de la “víctima” han invitado a su casa a los padres del “matón” para resolver el conflicto. Lo que comienza siendo una charla con bromas y frases cordiales, adquiere un tinte más violento a medida que los padres van revelando sus ridículas contradicciones y grotescos prejuicios sociales.   En ‘Un dios salvaje’, su autora nos invita a entrar en el hogar de los Reville  para ser testigos del enfrentamiento (verbal) entre dos familias a causa de una pelea infantil entre sus respectivos hijos. Los dos críos han tenido una pequeña riña que han solucionado como muchos individuos de su edad, es decir, a hostias. Pero para ser más exactos, aquí estaríamos hablando de una sola hostia, la que el hijo de los Moris le propina con un palo al hijo de los Reville. ¿Consecuencia? Un buen moratón y uno o dos dientes rotos. Los padres, como gente civilizada que son (¡ja!), se reúnen para resolver la disputa. Y aunque al principio todo es cortesía y buenos modales, poco a poco la reunión se irá ‘calentando’ y volviéndose más tensa. Las parejas empezarán a tirarse los trastos a la cabeza sin reparo alguno e incluso no tendrán remilgos en sacar los trapos sucios de sus respectivos matrimonios. Aquí no hay ni buenos ni malos, amigos. Ni tan siquiera vencedores y vencidos. Sólo cuatro adultos que se enzarzan en una calurosa discusión que va desvariando más y más a medida que ésta se va alargando innecesariamente. 

Llegados a cierto punto, poco importa el motivo por el cual discutían, pues la cantidad de impertinencias e insultos que se sueltan nacen de la confrontación pura y dura para ver quién tiene razón y quién está equivocado, quién es más falso o quién ha perdido más los nervios. La situación se descontrola de tal modo que nadie está a salvo de recibir su ración de ofensa personal, y todos los intentos por calmar los ánimos e instaurar la paz acaban durando menos de lo que dura un helado bajo un abrasador sol de verano. Cada uno tiene su propia opinión sobre cómo encauzar el conflicto que afecta sus hijos (desde cómo definir la agresión hasta cómo castigar al agresor, pasando por ver quién tiene mayor o menor culpa), y de ahí surgen otros temas en los que por supuesto no logran ponerse de acuerdo. A ratos ellos se alían contra ellas y ellas contra ellos, pero al final la cosa deviene en un todos contra todos. Y el esfuerzo recalcitrante por alzarse como la voz de la razón de unos, como el desinterés y la pachorra de otros, provoca que el asunto les estalle en la cara. El ambiente es cada vez peor y, sin embargo, parece imposible escapar de esas opresoras paredes que conforman el hogar de los Reville. Y es que de la casa del burgués matrimonio no nos movemos. Absurdas contradicciones, groserías constantes, ideologías baratas, ridículos prejuicios, puñaladas traperas… El director saca toda la basura que estos cuatros individuos han acumulado a lo largo de su vida en relación a la educación que han recibido, a la posición social que ostentan, a su profesión, etc.; y nos muestra su cara oculta más oscura y desagradable.  Verónica Reville puede llegar a ser el personaje más irritante de todos dado su elevado complejo de superioridad. Una santa y una doña perfecta cuya moral y ética son superiores a los de sus invitados, o eso cree ella. Dueña absoluta de la verdad, Verónica  (una intelectual muy preocupada por los males del mundo…) no tarda mucho en perder los estribos. Previamente ya se había encargado de lanzar sigilosamente sus dardos envenenados. Miguel Reville, un humilde vendedor de artículos del hogar que aspira a pertenecer a una clase social superior. De ahí que presuma ante sus invitados de sus ostentosos placeres privados, como un whisky de 15 años o unos puros de primerísima calidad. Miguel intenta calmar la situación aunque le saquen de quicio algunos comentarios. Sin embargo, su actitud excesivamente conciliadora no sirve para nada cuando realmente parece importarle un comino lo que allí se discute. Alan, abogado de profesión (y ya sabemos cómo se las gastan muchos de estos…), está más pendiente de atender al teléfono móvil por asuntos de trabajo que en entablar una conversación con los padres del niño al que su hijo a desdentado. Maleducado e impertinente, Alan parece hasta disfrutar con la trifulca que se ha montado. Por supuesto, su mujer, no ve el asunto con los mismos ojos, y aunque al principio es muy tolerante y muy señorita, finalmente, y con la ayuda de un poquito de alcohol (porque no hay nada mejor que un buen whisky para amenizar una carnicería verbal), se desinhibe por completo y saca la bestia feroz que lleva dentro. En resumen, unos personajes (afines a unos estereotipos concretos) en plena ebullición gracias a los ingeniosos y ácidos diálogos de un señor guión de Yasmina Reza. Y es que ‘Un dios salvaje’ es puro guión, puro diálogo y pura interpretación. No hay más.  Estamos ante una comedia de las inteligentes, de esas que tan poco abundan en las salas de teatro.